viernes, 28 de diciembre de 2012

Ponencia para la mesa de negociación en La Habana.


El deterioro ambiental amenaza la sobrevivencia de la especie humana en el planeta. El principal causante de ese deterioro es el hombre, por eso el único responsable de frenarlo es él mismo.  Colombia es uno de los países con una de las biodiversidades más ricas del planeta, por eso la obligación que tiene es la de preservar ese tesoro no solo como patrimonio propio sino como Patrimonio Universal.  No obstante su importancia para la vida, la defensa de la biodiversidad sigue siendo un tema colateral en nuestra legislación ambiental y en la conciencia ciudadana. Por eso nuestras leyes al respecto siguen siendo imprecisas, erráticas y confusas y subordinan la defensa del medio ambiente al interés económico, olvidando que somos los humanos los causantes del deterioro ambiental y que la defensa de nuestros recursos naturales no tiene otro sentido que garantizarle la vida al hombre en el planeta. Sin una defensa clara y decidida de nuestra biodiversidad como Patrimonio Universal ni la paz ni el derecho a la vida estarán completamente garantizados. Lo que esta propuesta pretende es que en las conversaciones de paz que adelantan la insurgencia de las FARC-EP y el gobierno colombiano en la Habana, encaminadas a lograr un acuerdo que ponga fin al conflicto armado que aqueja al país desde hace casi cincuenta años, el tema del deterioro ecológico se trate como el problema más serio que amenaza la viabilidad de la vida humana en la tierra. Eso quiere decir que de esas conversaciones debe salir un acuerdo para que se establezca una legislación con fuerza constitucional que regule el uso responsable de nuestros recursos naturales como un aporte de Colombia al mundo. Una forma de cuidar esos recursos es la de endurecer las políticas del estado en la concesión de permisos a las multinacionales nacionales y extranjeras que explotan nuestros recursos naturales, pensando más en el incremento de sus ganancias que en la salvaguarda sostenible de la biodiversidad de Colombia y del planeta. Una paz sin unas reglas claras sobre la defensa del medio ambiente con incidencia universal no es una paz completa. El postconflicto es una buena oportunidad para producir leyes ecológicas que cambien la relación de conflicto del hombre con la naturaleza por una de paz y armonía con ella.

LA PAZ Y LA BIODIVERSIDAD

Hago énfasis en este punto porque es la biodiversidad, sin lugar a dudas, el tema que va a acaparar la atención no solo de Colombia sino del mundo entero. Es imposible que las constituciones del mundo, las nuevas y las viejas, no incluyan dentro de su normatividad capítulos enteros dedicados a la defensa del medio ambiente, tanto en lo local como en lo planetario. Y mientras más verdes esas constituciones, mejor librada saldrá la naturaleza,  mejorando con ello las  condiciones de vida de la especie humana en la tierra. Siendo el hombre el mayor depredador de la biodiversidad, el costo que tiene que pagar por el daño infligido será menos oneroso si asume, con el mejor espíritu autocrítico, la tarea inmediata de reconciliarse con la naturaleza, estableciendo con ella un nuevo pacto de convivencia que la reivindique como la progenitora por antonomasia de la especie humana.

Como decíamos atrás, ya no es ningún secreto que el principal agente del deterioro ambiental es el hombre y la llamada civilización. Más pronto que tarde nuestra relación con la biodiversidad tiene que ser abordada con la misma o mayor dedicación que las otras relaciones, llámense éstas humanas, religiosas, económicas, culturales, científicas, políticas, etc. Y nos vamos a dar cuenta entonces que esa relación tanática con la naturaleza no es de ahora sino que hunde sus raíces en los orígenes mismos de nuestra condición de seres racionales. Nos vamos a dar cuenta, a su vez, que esa relación no es y no ha sido armoniosa sino de conflicto permanente y que la existencia humana en el planeta no es posible si no se resuelve, así sea parcialmente, dicho conflicto. Es cierto: no es nada fácil ponerse de acuerdo con alguien cuando el culpable del desacuerdo es uno mismo y no hay nada ni nadie a quien echarle la culpa, y eso es, justamente, lo que está ocurriendo cuando reconocemos que hay que proteger nuestros recursos naturales e impulsar políticas de defensa del medio ambiente, a sabiendas de que quien no protege esos recursos y no los defiende es el mismo que habla de protegerlos y de defenderlos. Reconocer que no hay nada en este momento que amenace más nuestra biodiversidad que nosotros mismos, es la premisa fundamental para que las políticas y las normas que se establezcan al respecto conlleven un sentido verdaderamente ecológico y no se subordinen a los intereses egoístas de la especie humana sin tener en cuenta a las demás especies del planeta. Mientras no reconozcamos de manera sincera y radical que somos nosotros los que menos cuidamos el medio ambiente y los que menos lo hacemos sostenible, no podemos seguir hablando alegremente de políticas de defensa del medio ambiente y de desarrollo sostenible. Por eso, las medidas que se establezcan tienen que estar más a tono con la gravedad del daño ambiental infligido que con la necesidad de seguir progresando al ritmo frenético del neoliberalismo moderno.

Como no podemos sentarnos en una mesa de negociación a discutir con la naturaleza sobre la construcción de un nuevo modelo de vida, en que lo que impere sea el respeto hacia ella, esa labor le corresponde a la sociedad en cabeza de sus mejores exponentes. Y no precisamente en términos de igualdad con ella sino con la humildad del hijo pródigo que regresa arrepentido al calor de su lecho original. 
 
Aunque el tema de la biodiversidad consulta el interés de ambas partes, de las dos, es la insurgencia y no el estado quien cuenta con mejores condiciones para que sus propuestas tengan un mayor impacto en la defensa del medio ambiente y de los recursos naturales. Una mirada de izquierda, que consulta más el corazón, permite profundizar más en la importancia del medio ambiente que una de derecha, que todo lo que toca lo convierte en mercancía.. Los esfuerzos de los capitalistas no son tanto defender el medio ambiente como convertirlo en una fuente inagotable de riquezas. El día en que ello suceda –y ojalá esté lejano- los veremos convertidos en los más obsecuentes defensores del medio ambiente. El estado colombiano defiende la filosofía capitalista, por consiguiente, se preocupa más por el desarrollo que por la ecología, y cuando habla de desarrollo sostenible, lo que en el fondo quiere decir es que la defensa del medio ambiente no puede convertirse en un palo en la rueda del desarrollo económico capitalista. No podemos desconocer, empero, que en el caso concreto del presidente Juan Manuel Santos, existe un interés sincero de tratar el problema con una visión más amable hacia la naturaleza que otros presidentes de su misma ideología. Pero tampoco es menos cierto que si un personaje de la importancia política de un presidente no se inclina en el espectro político hacia una posición de centro o de centro izquierda, sus prioridades van a estar más orientadas hacia el crecimiento económico que a los problemas sociales, culturales y medioambientales.

BIODIVERSIDAD PATRIMONIO UNIVERSAL

    Si como es de esperar, el de la biodiversidad es un tema de discusión en la mesa de negociaciones entre el estado y la guerrilla y un tema prioritario del posconflicto, nuestra opinión es que debe tratarse como un tema de interés global y no solo como de la competencia particular de la nación colombiana. La obligación que tenemos los colombianos (y ojalá así quedé consignado en los acuerdos) es la de defender nuestra biodiversidad como un patrimonio de la humanidad y no con el espíritu chovinista de que solo forma parte de nuestro patrimonio particular.

Entenderlo de esta manera, sí le daría consistencia a la defensa de “nuestra” biodiversidad, y nuestras políticas al respecto, tendrían un impacto universal. Como el capitalismo transnacional se pasea por el mundo como una mancha oprobiosa de destrucción ambiental, con el pretexto de que la economía se globalizó, se encontraría en Colombia con un estado facultado por una legislación rigurosa que contempla la defensa del medio ambiente y de los recursos naturales no como un derecho de su exclusiva competencia sino como uno de carácter universal. Esa si sería una verdadera globalización porque todos, hasta la especie más humilde del planeta, formamos parte de esa biodiversidad, y el deterioro y la defensa que de ella hagamos, en cualquier lugar donde ocurra, tiene sus repercusiones en la globalidad del planeta. Las empresas multinacionales no pueden seguir invadiendo el mundo, tras el incremento de sus capitales, posando de defensoras del medio ambiente, sin encontrar legislaciones de carácter universal que endurezcan las condiciones de su penetración y que develen el carácter antiecológico de sus actividades. Lo que no podemos admitir es que de la noche a la mañana nos resulten más verdes las empresas multinacionales que aquellas comunidades indígenas, que no solo son las más genuinas defensoras de la madre naturaleza sino que ya lo eran antes de la llegada de los europeos, y cuando por ninguna parte se hablaba de biodiversidad y ecología. Con un espíritu de ese tenor se debe negociar en un proceso de paz y de posconflicto el tema de la biodiversidad, con la cual nosotros los humanos mantenemos desde tiempos remotos una relación no de armonía sino de conflicto permanente. En Colombia tenemos condiciones óptimas para defender el medio ambiente pero no con el criterio insano de sacarle provecho económico sino con el muy noble de garantizarle al hombre el derecho a la supervivencia en el planeta. Lo que no podemos seguir siendo es verdugos de nosotros mismos. Lograr la paz con la naturaleza es lograrla con nosotros mismos. Esa es la verdadera clave de una convivencia sana y duradera, y los procesos de paz que se avecinan son una bonita oportunidad para intentarlo.     


sábado, 10 de noviembre de 2012


   BIODIVERSIDAD PATRIMONIO UNIVERSAL  
    Si como es de esperar, el de la biodiversidad es un tema de discusión en la mesa de negociaciones entre el estado y la guerrilla y un tema prioritario del posconflicto, nuestra opinión es que debe tratarse como un tema de interés global y no solo como de la competencia particular de la nación colombiana. La obligación que tenemos los colombianos (y ojalá así quedé consignado en los acuerdos) es la de defender nuestra biodiversidad como un patrimonio de la humanidad y no con el espíritu chovinista de que solo forma parte de nuestro patrimonio particular.
Entenderlo de esta manera, sí le daría consistencia a la defensa de “nuestra” biodiversidad, y nuestras políticas al respecto, tendrían un impacto universal. Como el capitalismo transnacional se pasea por el mundo como una mancha oprobiosa de destrucción ambiental, con el pretexto de que la economía se globalizó, se encontraría en Colombia con un estado facultado por una legislación rigurosa que contempla la defensa del medio ambiente y de los recursos naturales no como un derecho de su exclusiva competencia sino como uno de carácter universal. Esa si sería una verdadera globalización porque todos, hasta la especie más humilde del planeta, formamos parte de esa biodiversidad, y el deterioro y la defensa que de ella hagamos, en cualquier lugar donde ocurra, tiene sus repercusiones en la globalidad del planeta. Las empresas multinacionales no pueden seguir invadiendo el mundo, tras el incremento de sus capitales, posando de defensoras del medio ambiente, sin encontrar legislaciones de carácter universal que endurezcan las condiciones de su penetración y que develen el carácter antiecológico de sus actividades. Con un espíritu de ese tenor se debe negociar en un proceso de paz y de posconflicto el tema de la biodiversidad, con la cual nosotros los humanos mantenemos desde tiempos remotos una relación no de armonía sino de conflicto permanente. En Colombia tenemos condiciones óptimas para defender el medio ambiente pero no con el criterio insano de sacarle provecho económico sino con el muy noble de garantizarle al hombre el derecho a la supervivencia en el planeta. Lo que no podemos seguir siendo es verdugos de nosotros mismos. Lograr la paz con la naturaleza es lograrla con nosotros mismos. Esa es la verdadera clave de una convivencia sana y duradera, y los procesos de paz que se avecinan son una bonita oportunidad para intentarlo.      


LA PAZ Y LA CONSTITUCIÓN DEL 91

  En atención a los planteamientos anteriores, de llegarse a un acuerdo entre la insurgencia armada (FARC-EP y ELN) y el gobierno, habría que tener en cuenta que no vamos a estrenar posconflicto sino que en Colombia ya estamos viviendo el derivado de los acuerdos de paz entre el M-19, el EPL, el PRT y el Quintín Lame. 

Aunque lo deseable es que el postconflicto sea el resultado de negociaciones exitosas con el conjunto de la insurgencia, el haber logrado acuerdos de paz con apenas una parte de la misma no invalida dicho proceso ni menos los resultados, buenos o malos, obtenidos gracias a los mismos. Repetimos: sin esos acuerdos de paz hoy no podríamos estar hablando de una constitución garantista como la de 1991, ni de ganancias tales como el derecho de tutela, la mejor herramienta del ciudadano común y corriente para hacer valer sus derechos, con eficacia y prontitud, ante las autoridades competentes. Aparte de las enseñanzas que puedan aportar los postconflictos de otras latitudes, sería un error craso echar por la borda la experiencia de un posconflicto que nos  pertenece y que por fortuna todavía lo estamos viviendo.
No haberle imprimido el sello del posconflicto surgido del anterior arreglo de paz con la insurgencia, fue lo que condujo al Polo Democrático a la crisis política que actualmente lo desgarra. Esta organización legal se parece más a las surgidas antes de los acuerdos de paz logrados con las organizaciones antes mencionadas, que al tipo de organización que se requiere para darles contenido a unos acuerdos de paz que generan condiciones nuevas que modifican el mapa geopolítico e histórico de la nación. Y no hablamos solamente de la izquierda sino también de la derecha, con unos partidos anquilosados más acordes con la vieja constitución que con la nueva. En un nuevo contexto histórico si las herramientas políticas preexistentes no se adecúan al mismo, o no se crean otras diferentes, ello no da pábulo sino al caos y la anarquía y a que surjan nuevas guerrillas o se implanten gobiernos autoritarios de ingrata recordación. 
Ahora se presenta la oportunidad de un nuevo postconflicto, que más que nuevo, debe ser la continuidad mejorada del que ya existe, lo cual quiere decir que lo que existe del primero tiene que adecuarse a lo que viene del segundo, y viceversa. La oposición de ambas experiencias puede resultar fatal si lo que se pretende es encarar con éxito los retos, no pequeños por cierto, que se derivan  de un proceso de paz, como el que se avecina, que puede partir la historia política del país. Como no hubo una negociación de conjunto, lo ideal sería lograr, mediante un proceso de discusión sincera, que los dos postconflictos confluyeran en uno solo. Si la izquierda revolucionaria se empeña en seguir construyendo expresiones políticas con los esquemas dogmáticos del pasado, ignorando el nuevo contexto histórico, seguirá arando en el mar y sembrando en el desierto y repitiendo la eterna disputa de siempre de cada quien demostrarle al otro que la razón está de su parte.

Como ya lo dijimos, la constitución del 91 es una ganancia histórica del postconflicto que se derivó de la negociación con el M-19, el EPL, PRT y el Quintín Lame. Como en las negociaciones del Caguán entre el estado y las FARC pesó más la correlación de fuerzas en la arena militar que el punto de vista político, que resultó más teórico que real, la constitución del 91 y sus ganancias prácticas no fueron temas de discusión; a cambio de ello, ambas partes convirtieron el tiempo de las negociaciones en una tregua no pactada con el fin de fortalecerse militarmente. Hoy, las cosas son a otro precio, como quiera que las que se agotaron en Colombia fueron las condiciones para seguir haciendo la guerra y las que mejoraron aquellas que conducen a la paz. Ese es el escenario que hoy vivimos, y no hay ningún discurso, por más sustentado que parezca, que justifique la continuación de la guerra y que rompa el anhelo de paz que impera en el país. Las condiciones objetivas para hacer la guerra no tienen nada qué hacer frente a las condiciones subjetivas para lograr la paz. Pero son justamente las primeras, que siguen “vivitas y coleando” las que le van a dar sustento al postconflicto que se avecina. Y ahí la constitución del 91 sí que va a cobrar vigencia, tanta, que no solo será referencia obligada del nuevo postconflicto sino que ojalá se convirtiera en tema de discusión en la mesa de negociaciones con el Ejército de Liberación Nacional-ELN-.           
No hay mejor termómetro para medir los resultados del postconflicto dimanado del proceso de paz con el M-19, el EPL, el PRT y el Quintín Lame que el desarrollo mismo de la constitución del 91. Hoy podemos verificar qué de esa constitución resultó favorable para el desarrollo de la nación y que no. Si las conversaciones de paz que se adelantan con las FARC-EP y las muy posibles que se darán con el ELN, tienen como referencia la constitución del 91 seguramente saldrán a la luz los temas de la misma que hay que profundizar, aquellos que hay que cambiar y los que ameritan reformarse. En el transcurso de las conversaciones ningún tema debe estar vedado, ni siquiera el del cambio de  constitución. Ninguno de los temas que se van a discutir en la mesa de negociaciones, es ajeno a la constitución del 91, por eso, sería un error de las partes no tratarlos a la luz de la misma. Es un marco adecuado para ventilar las contradicciones y lograr acuerdos que satisfagan a las partes. Que sea la constitución un punto de referencia para discutir, además de ser aceptable para ambas partes, tiene la virtud de procurarles mayor consistencia a los acuerdos y a los desacuerdos y mayor claridad a las decisiones conjuntas que se vayan tomando. Siendo el resultado de un postconflicto, ningún veedor más autorizado del proceso de paz que se adelanta que la carta magna que nos rige. Este procedimiento de procurarle un marco constitucional a las conversaciones de paz, genera un ambiente propicio a los acuerdos sin que por ello las partes pierdan el derecho a defender con radicalidad sus posiciones, aun cuando sí las obliga a presentar propuestas sustentables. 
              

UN ACIERTO HISTÓRICO

Si las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC-EP) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN) admiten que la lucha armada que desarrollan perdió vigencia en la Colombia de hoy, la salida más conveniente y decorosa que se les presenta es la solución negociada del conflicto armado. Como tanto la insurgencia como el estado necesitan la paz, esta no puede ser el resultado de una victoria militar sino de un  acuerdo entre las partes, sin vencedores ni vencidos. Estoy por asegurar que ganan más los insurgentes en un proceso de paz que el propio estado que no solo tiene que resolver el problema de la guerrilla sino los retos de un modelo de desarrollo económico, que también perdió vigencia como garantía de supervivencia de la raza humana. Y no es lo mismo que una forma de lucha política, como la armada, pierda vigencia que la pierda todo un sistema político, como el capitalismo, que es el soporte de la economía mundial y la expresión más recalcitrante del individualismo humano. Las bases de este sistema se están corroyendo y es posible que le suceda lo mismo que al socialismo realista de la Unión Soviética: que se derrumbe por sí solo, sin nadie que apresure su caída. Y no es atrevido pensar que frente a las repercusiones telúricas que puedan derivarse del derrumbe del capitalismo las que produjo la caída del socialismo soviético son apenas sacudidas de baja intensidad. Aun cuando el capitalismo requiere de las guerras para desarrollarse, cada vez le resultan más costosas, de tal suerte que lo que busca son “paces” que le produzcan los mismos dividendos que las guerras. Ya ni siquiera le sirven aquellas guerras que incentivaba en tierras extrañas, por eso, no tiene nada de insólito que apoye el proceso de paz con la guerrilla colombiana. Siendo un sistema global, todo lo que pase en cualquier lugar del mundo, para bien o para mal, termina repercutiendo en el conjunto. Aunque parezca atrevido decirlo, la concepción revolucionaria, con la guerrilla incluida, podría resultar mejor tabla de salvación para el capitalismo que su propio desarrollo antihumano y antiecológico. Y esa es, en perspectiva, la mayor fortaleza de la guerrilla y el acierto de  convertirse en una fuerza política con una plataforma de lucha que contemple las nuevas tendencias que se están originando en el planeta, incluyendo la de la supervivencia humana.

En este contexto se desarrollan las negociaciones de paz entre el estado colombiano y las guerrillas de las FARC-EP, por eso no se entiende el contenido ideológico del discurso de presentación de Iván Márquez el día de su apertura. Las FARC llegan debilitadas política y militarmente a la mesa de negociaciones, pero lo que está en juego para el estado colombiano, más que doblegar a la guerrilla, es evitar que su modelo económico se vaya a pique; en ese sentido, hay otros peligros mayores y más inminentes que lo amenazan que el que representa una guerrilla que no puede tomarse el poder a través de las armas. Por eso, los objetivos revolucionarios de una guerrilla debilitada, pueden recobrar vigencia histórica y salir fortalecidos para actuar en un contexto en que las exigencias de cambio son cada vez más profundas y necesarias. Manejar con acierto los vientos de renovación que sacuden al planeta, sabiendo bien qué se debe negociar y que no, resulta más efectivo en una mesa de negociación que la justificación ideológica de una guerra revolucionaria que no se pudo ganar. La lucha armada como vía para tomarse el poder, dejó de ser viable en Colombia y tal vez las condiciones ideológicas y políticas que la inspiraron mantengan su vigencia, por eso, no fueron ideológicas sino de otro tipo las razones que permitieron que la lucha armada en Colombia se degradara, hasta el punto de perder vigencia. Sobre ese aspecto sí que debe discutirse, pero para hacerlo, el análisis tiene que ser, aparte de sincero, asaz profundo y autocrítico. Hoy, la lucha armada no sirve para tomarse el poder pero sí para adelantar un proceso de paz que reivindique muchos de sus objetivos. Lo que no se puede esperar es que sea el enemigo el que nos haga la revolución, y menos, cuando no está derrotado.  



BOGOTA, CAPITAL DE LA PAZ

Como estamos seguros de que las conversaciones entre el estado y la insurgencia van a culminar con éxito, ninguna ocasión más oportuna para que los puntos del programa con el que Gustavo Petro ganó la alcaldía de Bogotá, todos con un alto componente social, reciban un impulso inesperado que los hará más viables todavía y menos vulnerables a los ataques de sus contradictores. Ninguna ciudad más preparada en Colombia para  afrontar con éxito los retos del posconflicto que Bogotá y ningún mejor ejemplo para el país que sea su capital el escenario adecuado para que las conclusiones de dicho postconflicto se puedan materializar. Sin desconocer la importancia que han tenido las últimas administraciones en el mejoramiento de las condiciones de vida de los bogotanos, es imposible desconocer el aporte que las dos últimas administraciones del Polo Democrático (pese a los actos de corrupción de la de Samuel Moreno) le han logrado imprimir al componente social de sus programas. Sin haber descuidado a otros sectores de la población, es el de los pobres el que ha resultado más beneficiado con dichas políticas. Por supuesto que esto no hubiera sido factible sino contáramos con una constitución que, por ser producto de los acuerdos entre los sectores más representativos de la sociedad, incluyendo desde luego a las fuerzas insurgentes que para entonces se desmovilizaron, nació sintonizada con la época y quienes la impulsaron lograron imprimirle un sello pluralista, incluyente y democrático que quedó reflejado en gran parte de su articulado.
Solo un estudio concienzudo de los diversos procesos de paz -exitosos o no- que se ha adelantado en Colombia (ver anexo[i])  y en el mundo en las últimas décadas sentará las bases de una paz duradera en el país. Sobre todo esos procesos en el caso colombiano. De ahí la importancia de las negociaciones de paz que en este momento se inician entre el estado colombiano y la insurgencia de las FARC-EP y la importancia de que el ELN inicie también sus propias conversaciones de paz. En este orden de ideas, es bueno aclarar que sin las negociaciones que adelantó con la insurgencia Belisario Betancur y con los intentos consiguientes que terminaron en fracaso, las negociaciones de paz con el M-19, el Quintín Lame, el PRT y el EPL no hubieran sido posibles ni exitosas. Tampoco las que se adelantaron con la Corriente de Renovación Socialista. Sin esos procesos de paz anteriores, hoy no estaríamos hablando de una constitución como la del 91, ni de administraciones de izquierda en el país, ni mucho menos de un exguerrillero, como Gustavo Petro, en la alcaldía de Bogotá. (Las negociaciones de paz con los paramilitares, merecen un capítulo aparte)

La capital de los colombianos no ha sido tan decisiva en negociaciones anteriores como lo puede ser en el presente y mucho más contando con un excombatiente al frente de sus destinos, con apenas un año en el gobierno, y con un plan de desarrollo que bien podría ser tema de discusión en la mesa de negociaciones. Sin tener en cuenta los intentos -exitosos o no- de lograr la paz en Colombia y en el resto del continente, no podríamos hablar de una paz integral como corolario de las conversaciones que hoy se adelantan con la insurgencia armada. A la consolidación de una paz así concebida es a la que debe contribuir la capital de Colombia y más teniendo en cuenta el énfasis en lo social que comporta su plan de desarrollo. No hay ningún componente de este plan de desarrollo -llámese social, cultural, turístico, ambiental, educativo, tecnológico, financiero, alimentario, de movilidad, etc- que no encaje perfectamente en las expectativas que generan la solución del conflicto armado y el posconflicto consiguiente. Y todas las entidades del distrito están diseñadas para que cada uno de dichos componentes tenga un cabal desarrollo en el corto y el mediano plazo. Sí así lo entienden las partes encontradas en la mesa de negociación y así lo entiende el propio alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, el éxito del posconflicto, por lo menos en lo que atañe a la violencia política, está casi que asegurado.







i  Gobierno de Belisario Betancur
En el año de 1982 el presidente Belisario Betancur anunció el inicio de un proceso de paz con las Farc y el M-19, cuyas conversaciones se llevaron a cabo en el municipio de La Uribe, en el departamento del Meta.

En 1984 se logró pactar un cese del fuego y la desmovilización de algunos guerrilleros, que junto con miembros del Partido Comunista, conformaron la Unión Patriótica (UP).

Sin embargo, el asesinato de Iván Marino Ospina, miembro de la cúpula militar del M-19, terminó con las negociaciones de paz. Posterior a estos episodios, en 1985 se dio la toma al Palacio de Justicia por parte del M-19.

Gobierno de Virgilio Barco
El presidente liberal Virgilio Barco también hizo acercamientos de paz con la guerrilla de las Farc, pero el exterminio de miles de militantes de la Unión Patriótica, al parecer por parte de grupos paramilitares, frenó el proceso.

El mandatario también llevó a cabo diálogos con la guerrilla del M-19 y expidió una ley de amnistía.
 
Gobierno de César Gaviria
Los diálogos con la guerrilla de las Farc se rompieron luego de que ordenara el bombardeo en el municipio de La Uribe. Sin embargo, su gobierno logró pactos con las guerrillas del M-19 y el Epl, que se desmovilizaron y comenzaron a hacer parte de la dirigencia política del país.

Gaviria también llevó a cabo conversaciones con las Farc y el Eln en Caracas, Venezuela, que luego se trasladaron a Tlaxcala, México. En 1992 se rompió el proceso por el asesinato de un ex ministro secuestrado por la guerrilla.

Gobierno de Ernesto Samper
Aunque el presidente Ernesto Samper quizo alcanzar la paz, la guerrilla de las Farc no aceptó dialogar con el argumento de que ese Gobierno era ilegítimo por el escándalo del "proceso 8 mil".

Pese a que no se pudo adelantar el proceso con las Farc, Samper adelantó diálogos con el Eln, incluso en España y Alemania, pero este proceso no prosperó.

Gobierno de Andrés Pastrana
Al llegar a la Presidencia de la República, Andrés Pastrana anunció el inicio de un proceso de paz con las Farc, que se dieron en San Vicente del Caguán, en una zona de aproximadamente 42 mil kilómetros cuadrados.

El entonces mandatario retiró las Fuerzas Militares y de Policía de esa zona del país para que se pudiera dar la negociación.

En 1999 se inició el proceso de paz, pero los diálogos se realizaron en medio de la confrontación y se rompieron en febrero de 2002 tras el secuestro de Jorge Eduardo Géchem.

Gobierno de Álvaro Uribe
El presidente Álvaro Uribe instauró la política de Seguridad Democrática y lanzó una fuerte ofensiva militar contra la guerrilla de las Farc con el apoyo de Estados Unidos.

El Gobierno inició diálogos en Cuba con el Eln, pero finalmente no se llegó a ningún acuerdo.

Entre 2004 y 2005 hubo facilitación de México para un diálogo con la guerrilla y en 2007 se intentó restablecer el proceso con ese grupo en Venezuela con la mediación del presidente Hugo Chávez, pero este intento fracasó.

Texto copiado de www.rcnradio.com - Conozca el original en http://www.rcnradio.com/noticias/procesos-de-paz-en-colombia-19356#ixzz29b6NM8Cf



CUBA, HACIA UN SOCIALISMO ECOLÓGICO.

Para poderse desarrollar el capitalismo moderno tiene que crear sus propias condiciones, y eso no se consigue sino avivando al máximo el individualismo de la gente, por encima, incluso, de los intereses de la humanidad. Su enfoque es la individualidad, y no la especie, por eso su creatividad es estar inventando necesidades que no son tales y promocionándolas en el cerebro como necesarias a efectos de que el individuo, que es el que las produce, también sea el que las consuma. 

Como la lógica del capitalismo es el enriquecimiento, y no existe más fuente de riqueza que la propia naturaleza, ésta termina siendo la víctima expiatoria de su voracidad, quedando convertido el capitalismo en el más antiecológico de todos los sistemas. El individualismo es producto de la evolución racional del ser humano, por eso resulta casi imposible erradicarlo, no obstante hay individualismos de individualismos: no es lo mismo ser individualistas en los terrenos económico y político que serlo en los campos de la cultura, la ciencia, el deporte, la religiosidad y otras actividades del ser humano. Mientras que en los primeros el individualismo es violento y recalcitrante, en los segundos, es moderado, y si es imposible dejar de ser individualistas es mejor serlo en el segundo caso que en el primero. Más que cualquier otro individualismo el sistema capitalista prioriza el económico porque finalmente el que produce y consume mercancías  es el individuo. El objetivo del capitalismo es que cada individuo de la especie se convierta en una máquina de producir mercancías y de consumirlas. Esa es la impronta que le quiere marcar el capitalismo a la sociedad. 

Por eso, un individualismo que no se sume a ese individualismo económico se torna peligroso para dicho sistema. La individualización, en general, no ha resultado conveniente para la especie humana pero menos lo ha sido la económica a que nos referimos. Es ésta, por lo tanto, más que las otras, la que nos puede conducir al colapso definitivo. Por eso es por lo que afirmamos que el capitalismo es el camino más corto hacia el infierno, y porque en el fondo todos somos individualistas, es por lo que podemos sucumbir a los encantos de ese capitalismo. Como individuos y como sociedad, por supuesto, y casos se han visto. Esa es la causa por lo cual le hacen menos daño al medio ambiente los estados que practican el socialismo que aquellos que practican el capitalismo. No resulta, pues, descabellado imaginarse que un sistema socialista, como el de Cuba, que prioriza más al hombre que a las fuerzas del mercado, pueda comprometerse más a fondo en la defensa del medio ambiente y la biodiversidad que el capitalista, que solamente se vestirá de verde el día en que la biodiversidad se convierta en una mercancía más generadora de ganancias Por eso Cuba es un país más ecológico que los países capitalistas, sin importar el grado de desarrollo que éstos ostenten. Aun cuando la ecología no ocupe un lugar destacado en su régimen legislativo, sí es Cuba, de todos los países de la región, el que puede asumir una conducta ecológica más pronta, profunda y efectiva.  

Mirando solo el aspecto ecológico, Cuba no ganaría nada permitiendo la entrada del capitalismo, y menos, el capitalismo transnacional. No hay que olvidar que el camino más corto hacia el infierno es este sistema, y la ventaja de los otros es que son sistemas más amables con la naturaleza y le otorgan a la especie humana la posibilidad de vivir más tiempo y en mejores condiciones. Aquí no se trata de evitar el colapso sino de hacer que éste sea lo menos traumático posible.
Nuestras palabras no son una defensa a ultranza del socialismo cubano sino que, en términos ecológicos, es el que más puede comprometerse con la defensa del medio ambiente, que es actualmente el problema más serio que enfrenta la humanidad. El socialismo enseñó a los cubanos a vivir con austeridad sin los atafagos estresantes del consumismo capitalista y sin mostrar esos niveles de desigualdad, miseria y criminalidad que presentan no solo los países con regímenes capitalistas atrasados sino gran parte de los adelantados; esa tranquilidad y la eficacia del sistema de salud imperante, es lo que ha permitido que las expectativas de vida del pueblo cubano estén por encima del 80%. Los cubanos, hoy, nos pueden dar ejemplo de cómo se puede vivir sin atropellar a la naturaleza, al estilo criminal de los países capitalistas, sean éstos desarrollados o no. Las voces –no todas de mala fe, por supuesto- que claman porque Cuba le abra las puertas a la penetración capitalista, a nombre de la libertad económica, la están condenando a que se sume a la corriente predadora que tiene en ascuas a la biodiversidad del planeta. Preferible ver a los cubanos marchando hacia un encuentro amigable con la naturaleza que sucumbiendo a los cantos de sirena de un capitalismo desbordado disfrazado de redentor. Para la biodiversidad del planeta el socialismo cubano puede ser la lucecita al final del túnel, mientras que el capitalismo moderno sigue siendo la entrada segura a un túnel sin salida. El socialismo cubano no puede seguir los pasos del socialismo chino, que terminó siendo un socialismo capitalista que está compitiendo con el capitalismo transnacional de las potencias occidentales en la destrucción masiva del medio ambiente.  


                         LA PAZ Y LA BIODIVERSIDAD

Es la biodiversidad, sin lugar a dudas, el tema que va a acaparar la atención no solo de Colombia sino del mundo entero. Es imposible que las constituciones del mundo, las nuevas y las viejas, no incluyan dentro de su normatividad capítulos enteros dedicados a la defensa del medio ambiente, tanto en lo local como en lo planetario. Y mientras más verdes esas constituciones, mejor librada saldrá la naturaleza,  mejorando con ello las  condiciones de vida de la especie humana en la tierra. Siendo el hombre el mayor depredador de la biodiversidad, el costo que tiene que pagar por el daño infligido será menos oneroso si asume, con el mejor espíritu autocrítico, la tarea inmediata de reconciliarse con la naturaleza, estableciendo con ella un nuevo pacto de convivencia que la reivindique como la progenitora por antonomasia de la especie humana.

Ya no es ningún secreto que el principal agente del deterioro ambiental es el hombre y la llamada civilización. Más pronto que tarde nuestra relación con la biodiversidad tiene que ser abordada con la misma o mayor dedicación que las otras relaciones, llámense éstas humanas, religiosas, económicas, culturales, científicas, políticas, etc. Y nos vamos a dar cuenta entonces que esa relación tanática con la naturaleza no es de ahora sino que hunde sus raíces en los orígenes mismos de nuestra condición de seres racionales. Nos vamos a dar cuenta, a su vez, que esa relación no es y no ha sido armoniosa sino de conflicto permanente y que la existencia humana en el planeta no es posible si no se resuelve, así sea parcialmente, dicho conflicto. Es cierto: no es nada fácil ponerse de acuerdo con alguien cuando el culpable del desacuerdo es uno mismo y no hay nada ni nadie a quien echarle la culpa, y eso es, justamente, lo que está ocurriendo cuando reconocemos que hay que proteger nuestros recursos naturales e impulsar políticas de defensa del medio ambiente, a sabiendas de que quien no protege esos recursos y no los defiende es el mismo que habla de protegerlos y de defenderlos. 

Reconocer que no hay nada en este momento que amenace más nuestra biodiversidad que nosotros mismos, es la premisa fundamental para que las políticas y las normas que se establezcan al respecto conlleven un sentido verdaderamente ecológico y no se subordinen a los intereses egoístas de la especie humana sin tener en cuenta a las demás especies del planeta. Mientras no reconozcamos de manera sincera y radical que somos nosotros los que menos cuidamos el medio ambiente y los que menos lo hacemos sostenible, no podemos seguir hablando alegremente de políticas de defensa del medio ambiente y de desarrollo sostenible. Por eso, las medidas que se establezcan tienen que estar más a tono con la gravedad del daño ambiental infligido que con la necesidad de seguir progresando al ritmo frenético del neoliberalismo moderno.

Como no podemos sentarnos en una mesa de negociación a discutir con la naturaleza sobre la construcción de un nuevo modelo de vida, en que lo que impere sea el respeto hacia ella, esa labor le corresponde a la sociedad en cabeza de sus mejores exponentes. Y no precisamente en términos de igualdad con ella sino con la humildad del hijo pródigo que regresa arrepentido al calor de su lecho original. 

Aunque el tema de la biodiversidad consulta el interés de ambas partes, de las dos, es la insurgencia y no el estado quien cuenta con mejores condiciones para que sus propuestas tengan un mayor impacto en la defensa del medio ambiente y de los recursos naturales. Una mirada de izquierda, que consulta más el corazón, permite profundizar más en la importancia del medio ambiente que una de derecha, que todo lo que toca lo convierte en mercancía.. Los esfuerzos de los capitalistas no son tanto defender el medio ambiente como convertirlo en una fuente inagotable de riquezas. El día en que ello suceda –y ojalá esté lejano- los veremos convertidos en los más obsecuentes defensores del medio ambiente. 

El estado colombiano defiende la filosofía capitalista, por consiguiente, se preocupa más por el desarrollo que por la ecología, y cuando habla de desarrollo sostenible, lo que en el fondo quiere decir es que la defensa del medio ambiente no puede convertirse en un palo en la rueda del desarrollo económico capitalista. No podemos desconocer, empero, que en el caso concreto del presidente Juan Manuel Santos, existe un interés sincero de tratar el problema con una visión más amable hacia la naturaleza que otros presidentes de su misma ideología. Pero tampoco es menos cierto que si un personaje de la importancia política de un presidente no se inclina en el espectro político hacia una posición de centro o de centro izquierda, sus prioridades van a estar más orientadas hacia el crecimiento económico que a los problemas sociales, culturales y medioambientales.