El deterioro ambiental amenaza la sobrevivencia de la especie humana en el planeta. El principal causante de ese deterioro es el hombre, por eso el único responsable de frenarlo es él mismo. Colombia es uno de los países con una de las biodiversidades más ricas del planeta, por eso la obligación que tiene es la de preservar ese tesoro no solo como patrimonio propio sino como Patrimonio Universal. No obstante su importancia para la vida, la defensa de la biodiversidad sigue siendo un tema colateral en nuestra legislación ambiental y en la conciencia ciudadana. Por eso nuestras leyes al respecto siguen siendo imprecisas, erráticas y confusas y subordinan la defensa del medio ambiente al interés económico, olvidando que somos los humanos los causantes del deterioro ambiental y que la defensa de nuestros recursos naturales no tiene otro sentido que garantizarle la vida al hombre en el planeta. Sin una defensa clara y decidida de nuestra biodiversidad como Patrimonio Universal ni la paz ni el derecho a la vida estarán completamente garantizados. Lo que esta propuesta pretende es que en las conversaciones de paz que adelantan la insurgencia de las FARC-EP y el gobierno colombiano en la Habana, encaminadas a lograr un acuerdo que ponga fin al conflicto armado que aqueja al país desde hace casi cincuenta años, el tema del deterioro ecológico se trate como el problema más serio que amenaza la viabilidad de la vida humana en la tierra. Eso quiere decir que de esas conversaciones debe salir un acuerdo para que se establezca una legislación con fuerza constitucional que regule el uso responsable de nuestros recursos naturales como un aporte de Colombia al mundo. Una forma de cuidar esos recursos es la de endurecer las políticas del estado en la concesión de permisos a las multinacionales nacionales y extranjeras que explotan nuestros recursos naturales, pensando más en el incremento de sus ganancias que en la salvaguarda sostenible de la biodiversidad de Colombia y del planeta. Una paz sin unas reglas claras sobre la defensa del medio ambiente con incidencia universal no es una paz completa. El postconflicto es una buena oportunidad para producir leyes ecológicas que cambien la relación de conflicto del hombre con la naturaleza por una de paz y armonía con ella.
LA PAZ Y LA BIODIVERSIDAD
Hago énfasis en este punto porque es la biodiversidad, sin lugar a
dudas, el tema que va a acaparar la atención no solo de Colombia sino del mundo
entero. Es imposible que las constituciones del mundo, las nuevas y las viejas,
no incluyan dentro de su normatividad capítulos enteros dedicados a la defensa
del medio ambiente, tanto en lo local como en lo planetario. Y mientras más
verdes esas constituciones, mejor librada saldrá la naturaleza, mejorando con ello las condiciones de vida de la especie humana en
la tierra. Siendo el hombre el mayor depredador de la biodiversidad, el costo
que tiene que pagar por el daño infligido será menos oneroso si asume, con el
mejor espíritu autocrítico, la tarea inmediata de reconciliarse con la naturaleza,
estableciendo con ella un nuevo pacto de convivencia que la reivindique como la
progenitora por antonomasia de la especie humana.
Como decíamos atrás, ya no es ningún secreto que el principal agente del
deterioro ambiental es el hombre y la llamada civilización. Más pronto que
tarde nuestra relación con la biodiversidad tiene que ser abordada con la misma
o mayor dedicación que las otras relaciones, llámense éstas humanas,
religiosas, económicas, culturales, científicas, políticas, etc. Y nos vamos a
dar cuenta entonces que esa relación tanática con la naturaleza no es de ahora
sino que hunde sus raíces en los orígenes mismos de nuestra condición de seres
racionales. Nos vamos a dar cuenta, a su vez, que esa relación no es y no ha
sido armoniosa sino de conflicto permanente y que la existencia humana en el
planeta no es posible si no se resuelve, así sea parcialmente, dicho conflicto.
Es cierto: no es nada fácil ponerse de acuerdo con alguien cuando el culpable
del desacuerdo es uno mismo y no hay nada ni nadie a quien echarle la culpa, y
eso es, justamente, lo que está ocurriendo cuando reconocemos que hay que
proteger nuestros recursos naturales e impulsar políticas de defensa del medio
ambiente, a sabiendas de que quien no protege esos recursos y no los defiende
es el mismo que habla de protegerlos y de defenderlos. Reconocer que no hay
nada en este momento que amenace más nuestra biodiversidad que nosotros mismos,
es la premisa fundamental para que las políticas y las normas que se
establezcan al respecto conlleven un sentido verdaderamente ecológico y no se
subordinen a los intereses egoístas de la especie humana sin tener en cuenta a
las demás especies del planeta. Mientras no reconozcamos de manera sincera y
radical que somos nosotros los que menos cuidamos el medio ambiente y los que
menos lo hacemos sostenible, no podemos seguir hablando alegremente de
políticas de defensa del medio ambiente y de desarrollo sostenible. Por eso,
las medidas que se establezcan tienen que estar más a tono con la gravedad del
daño ambiental infligido que con la necesidad de seguir progresando al ritmo
frenético del neoliberalismo moderno.
Como no podemos sentarnos en una mesa de negociación a discutir con la
naturaleza sobre la construcción de un nuevo modelo de vida, en que lo que
impere sea el respeto hacia ella, esa labor le corresponde a la sociedad en
cabeza de sus mejores exponentes. Y no precisamente en términos de igualdad con
ella sino con la humildad del hijo pródigo que regresa arrepentido al calor de
su lecho original.
Aunque el tema de la biodiversidad consulta el interés de ambas partes,
de las dos, es la insurgencia y no el estado quien cuenta con mejores
condiciones para que sus propuestas tengan un mayor impacto en la defensa del
medio ambiente y de los recursos naturales. Una mirada de izquierda, que
consulta más el corazón, permite profundizar más en la importancia del medio
ambiente que una de derecha, que todo lo que toca lo convierte en mercancía..
Los esfuerzos de los capitalistas no son tanto defender el medio ambiente como
convertirlo en una fuente inagotable de riquezas. El día en que ello suceda –y
ojalá esté lejano- los veremos convertidos en los más obsecuentes defensores
del medio ambiente. El estado colombiano defiende la filosofía capitalista, por
consiguiente, se preocupa más por el desarrollo que por la ecología, y cuando
habla de desarrollo sostenible, lo que en el fondo quiere decir es que la
defensa del medio ambiente no puede convertirse en un palo en la rueda del
desarrollo económico capitalista. No podemos desconocer, empero, que en el caso
concreto del presidente Juan Manuel Santos, existe un interés sincero de tratar
el problema con una visión más amable hacia la naturaleza que otros presidentes
de su misma ideología. Pero tampoco es menos cierto que si un personaje de la
importancia política de un presidente no se inclina en el espectro político
hacia una posición de centro o de centro izquierda, sus prioridades van a estar
más orientadas hacia el crecimiento económico que a los problemas sociales,
culturales y medioambientales.
BIODIVERSIDAD PATRIMONIO UNIVERSAL
Si como es de esperar, el de
la biodiversidad es un tema de discusión en la mesa de negociaciones entre el
estado y la guerrilla y un tema prioritario del posconflicto, nuestra opinión
es que debe tratarse como un tema de interés global y no solo como de la
competencia particular de la nación colombiana. La obligación que tenemos los
colombianos (y ojalá así quedé consignado en los acuerdos) es la de defender
nuestra biodiversidad como un patrimonio de la humanidad y no con el espíritu
chovinista de que solo forma parte de nuestro patrimonio particular.
Entenderlo de esta manera, sí le daría consistencia a la defensa de
“nuestra” biodiversidad, y nuestras políticas al respecto, tendrían un impacto
universal. Como el capitalismo transnacional se pasea por el mundo como una
mancha oprobiosa de destrucción ambiental, con el pretexto de que la economía
se globalizó, se encontraría en Colombia con un estado facultado por una legislación
rigurosa que contempla la defensa del medio ambiente y de los recursos
naturales no como un derecho de su exclusiva competencia sino como uno de
carácter universal. Esa si sería una verdadera globalización porque todos,
hasta la especie más humilde del planeta, formamos parte de esa biodiversidad,
y el deterioro y la defensa que de ella hagamos, en cualquier lugar donde
ocurra, tiene sus repercusiones en la globalidad del planeta. Las empresas
multinacionales no pueden seguir invadiendo el mundo, tras el incremento de sus
capitales, posando de defensoras del medio ambiente, sin encontrar
legislaciones de carácter universal que endurezcan las condiciones de su
penetración y que develen el carácter antiecológico de sus actividades. Lo que
no podemos admitir es que de la noche a la mañana nos resulten más verdes las
empresas multinacionales que aquellas comunidades indígenas, que no solo son
las más genuinas defensoras de la madre naturaleza sino que ya lo eran antes de
la llegada de los europeos, y cuando por ninguna parte se hablaba de
biodiversidad y ecología. Con un espíritu de ese tenor se debe negociar en un
proceso de paz y de posconflicto el tema de la biodiversidad, con la cual
nosotros los humanos mantenemos desde tiempos remotos una relación no de
armonía sino de conflicto permanente. En Colombia tenemos condiciones óptimas
para defender el medio ambiente pero no con el criterio insano de sacarle
provecho económico sino con el muy noble de garantizarle al hombre el derecho a
la supervivencia en el planeta. Lo que no podemos seguir siendo es verdugos de
nosotros mismos. Lograr la paz con la naturaleza es lograrla con nosotros
mismos. Esa es la verdadera clave de una convivencia sana y duradera, y los
procesos de paz que se avecinan son una bonita oportunidad para
intentarlo.