sábado, 10 de noviembre de 2012



                         LA PAZ Y LA BIODIVERSIDAD

Es la biodiversidad, sin lugar a dudas, el tema que va a acaparar la atención no solo de Colombia sino del mundo entero. Es imposible que las constituciones del mundo, las nuevas y las viejas, no incluyan dentro de su normatividad capítulos enteros dedicados a la defensa del medio ambiente, tanto en lo local como en lo planetario. Y mientras más verdes esas constituciones, mejor librada saldrá la naturaleza,  mejorando con ello las  condiciones de vida de la especie humana en la tierra. Siendo el hombre el mayor depredador de la biodiversidad, el costo que tiene que pagar por el daño infligido será menos oneroso si asume, con el mejor espíritu autocrítico, la tarea inmediata de reconciliarse con la naturaleza, estableciendo con ella un nuevo pacto de convivencia que la reivindique como la progenitora por antonomasia de la especie humana.

Ya no es ningún secreto que el principal agente del deterioro ambiental es el hombre y la llamada civilización. Más pronto que tarde nuestra relación con la biodiversidad tiene que ser abordada con la misma o mayor dedicación que las otras relaciones, llámense éstas humanas, religiosas, económicas, culturales, científicas, políticas, etc. Y nos vamos a dar cuenta entonces que esa relación tanática con la naturaleza no es de ahora sino que hunde sus raíces en los orígenes mismos de nuestra condición de seres racionales. Nos vamos a dar cuenta, a su vez, que esa relación no es y no ha sido armoniosa sino de conflicto permanente y que la existencia humana en el planeta no es posible si no se resuelve, así sea parcialmente, dicho conflicto. Es cierto: no es nada fácil ponerse de acuerdo con alguien cuando el culpable del desacuerdo es uno mismo y no hay nada ni nadie a quien echarle la culpa, y eso es, justamente, lo que está ocurriendo cuando reconocemos que hay que proteger nuestros recursos naturales e impulsar políticas de defensa del medio ambiente, a sabiendas de que quien no protege esos recursos y no los defiende es el mismo que habla de protegerlos y de defenderlos. 

Reconocer que no hay nada en este momento que amenace más nuestra biodiversidad que nosotros mismos, es la premisa fundamental para que las políticas y las normas que se establezcan al respecto conlleven un sentido verdaderamente ecológico y no se subordinen a los intereses egoístas de la especie humana sin tener en cuenta a las demás especies del planeta. Mientras no reconozcamos de manera sincera y radical que somos nosotros los que menos cuidamos el medio ambiente y los que menos lo hacemos sostenible, no podemos seguir hablando alegremente de políticas de defensa del medio ambiente y de desarrollo sostenible. Por eso, las medidas que se establezcan tienen que estar más a tono con la gravedad del daño ambiental infligido que con la necesidad de seguir progresando al ritmo frenético del neoliberalismo moderno.

Como no podemos sentarnos en una mesa de negociación a discutir con la naturaleza sobre la construcción de un nuevo modelo de vida, en que lo que impere sea el respeto hacia ella, esa labor le corresponde a la sociedad en cabeza de sus mejores exponentes. Y no precisamente en términos de igualdad con ella sino con la humildad del hijo pródigo que regresa arrepentido al calor de su lecho original. 

Aunque el tema de la biodiversidad consulta el interés de ambas partes, de las dos, es la insurgencia y no el estado quien cuenta con mejores condiciones para que sus propuestas tengan un mayor impacto en la defensa del medio ambiente y de los recursos naturales. Una mirada de izquierda, que consulta más el corazón, permite profundizar más en la importancia del medio ambiente que una de derecha, que todo lo que toca lo convierte en mercancía.. Los esfuerzos de los capitalistas no son tanto defender el medio ambiente como convertirlo en una fuente inagotable de riquezas. El día en que ello suceda –y ojalá esté lejano- los veremos convertidos en los más obsecuentes defensores del medio ambiente. 

El estado colombiano defiende la filosofía capitalista, por consiguiente, se preocupa más por el desarrollo que por la ecología, y cuando habla de desarrollo sostenible, lo que en el fondo quiere decir es que la defensa del medio ambiente no puede convertirse en un palo en la rueda del desarrollo económico capitalista. No podemos desconocer, empero, que en el caso concreto del presidente Juan Manuel Santos, existe un interés sincero de tratar el problema con una visión más amable hacia la naturaleza que otros presidentes de su misma ideología. Pero tampoco es menos cierto que si un personaje de la importancia política de un presidente no se inclina en el espectro político hacia una posición de centro o de centro izquierda, sus prioridades van a estar más orientadas hacia el crecimiento económico que a los problemas sociales, culturales y medioambientales.                       

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