sábado, 10 de noviembre de 2012


UN ACIERTO HISTÓRICO

Si las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC-EP) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN) admiten que la lucha armada que desarrollan perdió vigencia en la Colombia de hoy, la salida más conveniente y decorosa que se les presenta es la solución negociada del conflicto armado. Como tanto la insurgencia como el estado necesitan la paz, esta no puede ser el resultado de una victoria militar sino de un  acuerdo entre las partes, sin vencedores ni vencidos. Estoy por asegurar que ganan más los insurgentes en un proceso de paz que el propio estado que no solo tiene que resolver el problema de la guerrilla sino los retos de un modelo de desarrollo económico, que también perdió vigencia como garantía de supervivencia de la raza humana. Y no es lo mismo que una forma de lucha política, como la armada, pierda vigencia que la pierda todo un sistema político, como el capitalismo, que es el soporte de la economía mundial y la expresión más recalcitrante del individualismo humano. Las bases de este sistema se están corroyendo y es posible que le suceda lo mismo que al socialismo realista de la Unión Soviética: que se derrumbe por sí solo, sin nadie que apresure su caída. Y no es atrevido pensar que frente a las repercusiones telúricas que puedan derivarse del derrumbe del capitalismo las que produjo la caída del socialismo soviético son apenas sacudidas de baja intensidad. Aun cuando el capitalismo requiere de las guerras para desarrollarse, cada vez le resultan más costosas, de tal suerte que lo que busca son “paces” que le produzcan los mismos dividendos que las guerras. Ya ni siquiera le sirven aquellas guerras que incentivaba en tierras extrañas, por eso, no tiene nada de insólito que apoye el proceso de paz con la guerrilla colombiana. Siendo un sistema global, todo lo que pase en cualquier lugar del mundo, para bien o para mal, termina repercutiendo en el conjunto. Aunque parezca atrevido decirlo, la concepción revolucionaria, con la guerrilla incluida, podría resultar mejor tabla de salvación para el capitalismo que su propio desarrollo antihumano y antiecológico. Y esa es, en perspectiva, la mayor fortaleza de la guerrilla y el acierto de  convertirse en una fuerza política con una plataforma de lucha que contemple las nuevas tendencias que se están originando en el planeta, incluyendo la de la supervivencia humana.

En este contexto se desarrollan las negociaciones de paz entre el estado colombiano y las guerrillas de las FARC-EP, por eso no se entiende el contenido ideológico del discurso de presentación de Iván Márquez el día de su apertura. Las FARC llegan debilitadas política y militarmente a la mesa de negociaciones, pero lo que está en juego para el estado colombiano, más que doblegar a la guerrilla, es evitar que su modelo económico se vaya a pique; en ese sentido, hay otros peligros mayores y más inminentes que lo amenazan que el que representa una guerrilla que no puede tomarse el poder a través de las armas. Por eso, los objetivos revolucionarios de una guerrilla debilitada, pueden recobrar vigencia histórica y salir fortalecidos para actuar en un contexto en que las exigencias de cambio son cada vez más profundas y necesarias. Manejar con acierto los vientos de renovación que sacuden al planeta, sabiendo bien qué se debe negociar y que no, resulta más efectivo en una mesa de negociación que la justificación ideológica de una guerra revolucionaria que no se pudo ganar. La lucha armada como vía para tomarse el poder, dejó de ser viable en Colombia y tal vez las condiciones ideológicas y políticas que la inspiraron mantengan su vigencia, por eso, no fueron ideológicas sino de otro tipo las razones que permitieron que la lucha armada en Colombia se degradara, hasta el punto de perder vigencia. Sobre ese aspecto sí que debe discutirse, pero para hacerlo, el análisis tiene que ser, aparte de sincero, asaz profundo y autocrítico. Hoy, la lucha armada no sirve para tomarse el poder pero sí para adelantar un proceso de paz que reivindique muchos de sus objetivos. Lo que no se puede esperar es que sea el enemigo el que nos haga la revolución, y menos, cuando no está derrotado.  


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